En el siglo XX, tras la I Guerra Mundial, en Alemania crecía una fuerte sed de venganza, y tras la llegada al poder de Adolf Hitler, la historia del país germano y del resto de Europa cambiaría para siempre.
La historia, ya la conocemos, pero en un mundo propagandístico dominado por Goebbels, uno de los más grandes genios del dominio de masas, vamos a conocer cómo Alemania aprovechó el boom propagandístico del mundo del motor.
Los nazis, no solamente quisieron demostrar que tenían la mejor tecnología armamentística, sino que se esforzaban en mostrarse como los mejores en todo. Por ello, los rallyes se convirtieron en algo más que simples competiciones automovilísticas; eran verdaderos espectáculos de velocidad diseñados para impresionar al mundo y glorificar el régimen. Uno de los eventos más importantes fue el Rallye Internacional de Alemania, que serpenteaba por las recién construidas Autobahns, esas autopistas que parecían infinitas y simbolizaban el poder y la eficiencia que Adolf Hitler quería mostrar al resto del planeta.
No era casualidad que el régimen nazi apostara por los rallyes. Estos eventos permitían exhibir lo mejor de la tecnología alemana, desde los imponentes coches de Auto Union y Mercedes-Benz, hasta el famoso Volkswagen, el "coche del pueblo" que Hitler promovía como símbolo del bienestar y la modernización del país.
Estos rallyes se caracterizaban por su mezcla de velocidad, resistencia y espectáculo. Los competidores atravesaban paisajes desafiantes y carreteras que parecían haber sido construidas solo para demostrar la grandeza del Tercer Reich. Los vehículos, diseñados para la máxima resistencia, recorrían cientos de kilómetros mientras los espectadores quedaban boquiabiertos ante la potencia y precisión de la maquinaria alemana. Y eso era precisamente lo que quería vender el régimen.
Más allá de la adrenalina de la competición, estos eventos tenían un propósito claro: mostrar al mundo que Alemania no solo era líder en las pistas, sino también en tecnología e infraestructura. Los rallyes, se convirtieron en un escaparate rodante del poder nazi, una mezcla de deporte y propaganda que, a toda velocidad, dejaba claro el mensaje: el futuro era alemán, y estaba sobre ruedas.