El 26 de noviembre de 2005 el mundo de los rallyes lloró la muerte de uno de sus campeones, Richard Burns. El inglés se iba de este mundo tras dos años de intensa lucha contra un astrocitoma -cáncer cerebral- que le impidió concretar sus planes a corto plazo a nivel deportivo.
Antes de la última cita de la temporada 2003 a Richard Burns le detectaron ese cáncer que le obligó a abandonar los rallyes. Antes de eso, su plan, tal y como explica detalladamente su copiloto Robert Reid en una entrevista a DirtFish, eran otros.
Para empezar, ya había probado el nuevo Peugeot 307 WRC, coche con el que el ‘zanahorio’ no se encontró nada cómodo al volante, así que cuando David Lappworth, director del equipo Subaru, le propuso volver a la firma japonesa no dudó ni un momento. Burns iba a regresar al fabricante de las estrellas doradas para 2004 y 2005, donde iba a compartir equipo con el campeón de 2003, Petter Solberg. Tras ello, se hubiese tomado un par de años sabáticos para disfrutar de la vida con su pareja en la casa nueva que se estaba fabricando en Andorra antes de poner rumbo al Dakar, una prueba que le hacía especial ilusión después de haber saboreado el auténtico Rallye Safari de la década de los noventa.
Todos estos planes se esfumaron, pero Reid siempre estuvo al lado de su piloto hasta que el maldito cáncer se lo llevó para siempre al Olimpo de los rallyes. Una demostración de que la vida son dos días y que cada jornada hay que vivirla como si fuese la última, nunca sabemos cuando nos llegará la hora. Descansa en paz, campeón.