18 de agosto de 2011. Arranca el Rally de Alemania, novena prueba del Mundial. Los Citroën DS3 WRC de Sébastien Loeb y Sébastien Ogier marcan el ritmo en esa primera jornada y abren una brecha superior al minuto con el tercer clasificado, un Mikko Hirvonen que por ese momento suponía la mayor amenaza al título del alsaciano. Desde la cúpula de la formación francesa impusieron órdenes de equipo para abrochar el 1-2.
Pero Ogier se negó a aceptarlas. El joven piloto de Gap, que marchaba a 7.4" de su compañero, consideraba antideportiva la decisión de sus superiores y se buscó la justicia por su mano. La primera sopresa para el líder llegó en el control stop de la segunda especial la etapa del sábado, en la que su perseguidor dismunía su renta a la mitad. La única solución para Loeb, emular la velocidad de su rival hasta la vuelta a las asistencias.
Los másximos responsables de la firma del doble chevrón reiteraron su mensaje al hambriento Ogier. ¿Causó efecto? En absoluto. Por la tarde continuó presentando batalla a Loeb, a quien también obligó a asumir riesgos. El resultado de esta guerra interna, un pinchazo con el que el alsaciano perdió todas sus opciones. El domingo, el menor de los Sébastien subió al peldaño más alto del podio en una declaración de intenciones.
El insostenible ambiente que reinó durante el resto de la campaña hizo que Citroën escogiese a una de sus estrellas para la siguiente temporada, decantándose por las ocho coronas mundiales que por aquel entonces acumulaba Loeb en su palmarés. Ogier, por su parte, firmó por Volkswagen Motorsport, decisión de la que jamás se arrepentirá. Con los alemanes comenzó a escribir con letras de otro su leyenda en el campeonato.