A medida que aumentamos la altitud sobre el nivel del mar va disminuyendo la presión atmosférica. Esta disminución de presión lleva consigo una menor densidad de oxígeno en el mismo volumen de aire, es decir, si pudiésemos coger el mismo frasco de aire a nivel del mar, y a 2000 metros de altitud -los tramos se disputan, en su mayoría, por encima de esta altura-, en este último habría muchas menos moléculas de oxígeno.
Y es esta disminución de oxígeno la que provoca la pérdida de potencia. ¿Por qué?
Para que haya combustión debe haber presencia de oxígeno. Y si no lo hay, o está en menor cantidad de lo normal, la mezcla y por tanto la combustión es más pobre. Esto se traduce en un menor par ejercido por el motor respecto a altitudes más cercanas al nivel del mar.
También los turbos lo sufren. Al haber menos moléculas de oxígeno en el aire, el rozamiento es menor y, por tanto, los turbos llegan a sus máximos de revoluciones sin que entre la misma cantidad de oxígeno al motor. Físicamente trabajan al 100%, pero su rendimiento es mucho menor.
Además, todos los componentes sufren una peor refrigeración. Y sí, por el mismo motivo. Hay menos oxígeno, lo que conlleva que el aire tenga peor capacidad de refrigeración.
A todo esto se enfrentan los equipos, los ingenieros, los coches y también los pilotos. La capacidad física, por supuesto, también se ve mermada por el déficit de oxígeno.
Si en cualquier rally del WRC un error se paga caro, en México ya sabemos que aún más.