Como quien sigue fiel al whisky con agua catando un Habano, y no quiere oír hablar de la ginebra con frutos del bosque. Y también sigue eligiendo un Deltona antes que un 911 híbrido, y un V12 frente a un Fórmula E. O quien recuerda, con añoranza, aquellos Dakar en África donde una hora no era tiempo.
Probablemente, en su mayoría, serán esas mismas personas que siguen prefiriendo los campeonatos del mundo con los grupo A, o el comienzo de la era de los WRC, contra estos de última generación. Estos que van más rápido que nunca, con pilotos que son capaces de afrontar rallyes de una manera que, en la época de la que hablé, no se imaginarían ni en pintura. Por las formas que desarrollaban los pilotos, debido a las características de aquellos coches, de dibujar los tramos.
Y es que, como todo en la vida, las cosas avanzan y evolucionan de forma continua. No sólo las máquinas, ya que a nadie se le escapa que en cuanto a suspensión y capacidad de tracción la mejora ha sido infinita, sino también los pilotos. El modo en que preparan los rallyes, física y mentalmente, y el análisis previo de los tramos con cámaras onboard, hacen que cada vez estén todos más cerca del límite. Y por tanto que las diferencias sean menores.
De esto se quejó Loeb. De que, a su modo de entender los rallyes, se está perdiendo la esencia de la improvisación, con unos tramos cada vez más predecibles y memorizados por pilotos y máquinas. La que, según él, es la base de los rallyes.
Así que, ¿El de antes, o el de ahora?. La evolución sigue el rumbo que marca la sociedad, con las marcas cada vez más interesadas en la tecnología híbrida, que es la que demanda la calle. Con coches cada vez más eficaces en los tramos, y más eficientes en consumos y con el medioambiente. Y con los pilotos, como no, con muchas más armas que antes para calmar su ansia de victoria.